JORGE NAVA
Pinturas para las abejas
8 Septiembre - 22 Octubre 2022
El tema de la pintura abstracta hoy día es fascinante porque cada artista necesita crear su propio lenguaje, ya que tras el hundimiento de las grandes narrativas históricas, especialmente del modernismo, las posibilidades representativas son infinitas. La abstracción puede ser tomada, como sostiene el curador y crítico de arte estadounidense Bob Nickas (2014), como un antídoto para el mundo acelerado en el que vivimos. Un mundo que nos bombardea con inundaciones diarias de imágenes, que nos conduce a una creciente monotonía visual y a un consumo del arte cada vez más procesado y falto de contenido. Es en medio de esta vorágine visual donde lenguajes como el de Jorge Nava resisten, invitándonos a detenernos de nuevo ante una obra de arte, a pensarla y a descubrir sus entrañas.
Ecos de los primeros expresionistas abstractos parecen haber ayudado a este artista a determinar los sutiles y etéreos que son los límites del arte contemporáneo, heredando de ellos aquella voluntad innata para la experimentación. Su pintura, que nace del gesto o más bien de un impulso de todo su cuerpo — es una especie de continuum; un genuino y místico proceso estético en el que se mezclan constantemente lo perceptivo con lo puramente emocional. Creo que por eso siempre se han comparado estos lenguajes con la música, entre otras cosas, por la elevación abstracta de dicho medio. No obstante, no se puede dejar de lado en su obra la sutileza de la poesía, o la influencia de la propia naturaleza; entendida esta última como la energía que equilibra el orden y el caos del universo, y que en sus lienzos, vemos reflejada en sus característicos juegos de fuerzas cromáticas. Es, pues, el terreno de lo místico el que mejor y más claramente define su motor creativo, su modo de hacer y el prisma con el que forja tanto sus trabajos como la experiencia que espera evocar en sus espectadores. Y es en la frontera entre fantasía y verdad — donde se hace visible la lucha de esos «contramundos» en la que se le revelan, casi por instinto, cada una de sus obras.
Estas esperan de nosotros que comprendamos la pureza representativa por la que se esfuerza el artista, aunque para conseguirlo tengamos antes que desprendernos de los gruesas cadenas con las que encorsetamos aquello que entendemos por realidad. Debemos ver la pintura de Jorge Nava como una ampliación de su percepción, la expresión de un territorio emocional al que podemos
acceder porque lo primero que ha hecho es separarla de sí mismo, y con ello, hace de la representación visual un espacio universalmente perceptible.
Nace así una pintura que puede ser su propio sujeto. Un mundo que se desvela lentamente con el tiempo y que puede no ser exactamente igual para todos nosotros, pues defiende una espiritualidad para la que no valen detractores materialistas ni exégesis religiosas; sino la pura y simple percepción visual enfocada a través de una lente abstracta.
Óscar Manrique.